Desde los campos improvisados de barrio hasta las fuerzas básicas del Necaxa, Miguel Ramírez Salas ha vivido el fútbol en todas sus dimensiones. Hoy, con pasión y entrega, forma a las futuras promesas del balón.
Desde muy pequeño, el fútbol se convirtió en parte esencial de su vida. “Desde la niñez, donde vivía había grandes espacios y mi barrio era muy futbolero”, recuerda con nostalgia. En ese ambiente lleno de balón y polvo nació un sueño claro: “Todo niño tiene sueños y ese era el primero que tuve: ser futbolista“.
Su primer equipo fue en la secundaria, representando a su escuela y posteriormente al estado de Aguascalientes en un Prenacional. Fue allí donde comenzó a forjar carácter y compromiso. “Recuerdo especialmente a un entrenador que nos sabía motivar y siempre nos inculcaba buenos valores”, comparte. Esa figura influyó profundamente en su manera de vivir el deporte.
Sin embargo, el camino como jugador no estuvo exento de obstáculos. “Ya en el ámbito profesional, me vinieron varias lesiones”, admite. Fue el punto de quiebre que lo llevó a replantearse su relación con el fútbol. Pero lejos de alejarse, encontró un nuevo propósito: transmitir su experiencia a las nuevas generaciones.
El salto a la dirección técnica
“Quería transmitir mis vivencias y enseñar a los jóvenes a ser competitivos y ganadores”, dice sobre su decisión de convertirse en entrenador. Su preparación formal la llevó a cabo en el ENDIT (Escuela Nacional de Directores Técnicos), dentro de la Universidad La Concordia en Aguascalientes. Allí consolidó los conocimientos que ya venía desarrollando de manera empírica mientras dirigía equipos escolares.
Su paso por el Club Necaxa fue especialmente significativo. “Es la mejor escuela a nivel infantil y juvenil”, asegura. La experiencia en fuerzas básicas le permitió medir el verdadero nivel de exigencia: “En la Liga Jalisco se juega a muy buen nivel, pero el reto más grande es dirigir en la Liga MX”.
Filosofía y visión del juego
Defensor de un estilo ofensivo, dinámico y con riesgos calculados, el entrenador define su filosofía de juego con claridad: “Un equipo muy ordenado, agresivo al recuperar el balón, solidario y con una voluntad que no se quiebra. Ofensivamente, me gusta que sea dinámico y con buenos definidores”.
No es ajeno al debate entre táctica, técnica y aspecto mental, pero él lo tiene claro: “Todos son importantes, pero la generación de un ambiente de trabajo sano y afectivo entre jugadores es lo que marca la diferencia”.
Sus referentes son Mourinho y Guardiola, a quienes admira como polos opuestos. Y aunque disfruta del fútbol como aficionado, confiesa que incluso en sus ratos libres analiza patrones ofensivos y defensivos, buscando siempre mejorar.
La tecnología también forma parte de su día a día: “El análisis de datos es clave. Te permite ver cómo ataca el rival y dónde tiene zonas vulnerables al quitarle el balón”. Para estar actualizado, recurre constantemente a cursos en línea e investigaciones digitales.
Más allá del marcador
Para este entrenador, los momentos más especiales no siempre se resumen en un trofeo: “Cuando el equipo ejecuta en la cancha lo que se planeó en la semana, ese es el verdadero triunfo”. Aun así, no olvida la emoción de una victoria clave: “Conseguí un gran triunfo, y mi autoestima se disparó. Puse mi música y canté a todo pulmón, lleno de emoción”.
También ha enfrentado desafíos importantes, como lograr el convencimiento de cada integrante del equipo. “El fútbol me ha dejado valores que aplico a diario y que trato de inculcar a mi familia y a mis dirigidos: compañerismo, disciplina, constancia, respeto y profesionalismo”.