En el Autódromo Hermanos Rodríguez, donde los motores retumban como un himno y las gradas vibran con el alma de México, Daniel Suárez escribió una página dorada en la historia del automovilismo nacional. El piloto de Monterrey, Nuevo León, protagonizó una remontada que desafía toda lógica: tras un accidente en la clasificación que lo relegó al último lugar, tomó un auto de repuesto, arrancó desde el fondo del pelotón y, contra todo pronóstico, se alzó con la victoria en la NASCAR Xfinity Series durante el Chilango 150. Este no fue solo un triunfo; fue un canto de orgullo mexicano, un testimonio de resiliencia y un abrazo colectivo de una afición que lo vio tocar el cielo.
El golpe que parecía el fin
La mañana del 14 de junio, el sueño de Suárez parecía desmoronarse. En la clasificación, mientras buscaba su mejor vuelta en el circuito de 2.42 millas, el No. 9 de JR Motorsports se estrelló contra las barreras en la entrada al icónico Foro Sol. Un problema con los frenos; “el pedal estaba largo, no estaba al 100%”, confesó Suárez, lo traicionó, dejando el auto destrozado y a él en el puesto 39, el último de la parrilla. El golpe fue duro, no solo para el chasis, sino para el ánimo de un piloto que cargaba la presión de correr en casa, ante miles de compatriotas que ondeaban banderas tricolores.
Pero los grandes campeones no se rinden. Mientras el equipo de JR Motorsports trabajaba contrarreloj para preparar un auto de repuesto, un Chevrolet Camaro negro, sin el verde brillante del original, Suárez se mantuvo sereno. Tomó selfies con los fans, habló con la prensa y, con una sonrisa, prometió: “Este es el tipo de historia que hace las victorias más dulces”. Nadie podía imaginar que esas palabras serían proféticas.
La remontada: Un baile con el destino
El Chilango 150 comenzó con Suárez en la retaguardia, un David contra 38 Goliat en un circuito lleno de curvas traicioneras y rectas que castigan cualquier error. Pero el mexicano, campeón de la Xfinity Series en 2016, demostró por qué es el único piloto nacido fuera de Estados Unidos en ganar un título nacional de NASCAR. Con una mezcla de audacia y precisión, empezó a escalar posiciones. Cada adelantamiento era un rugido en las gradas; cada curva, una muestra de su maestría en el trazado del Hermanos Rodríguez, donde ya había ganado tres veces en la NASCAR México Series.
El momento clave llegó en la etapa final, con 19 vueltas por delante. En un reinicio, Suárez se lanzó al exterior en una maniobra a tres autos junto a Connor Zilisch y Ty Gibbs. El caos estalló: Zilisch y Gibbs chocaron, desencadenando un accidente que involucró a 13 autos. Suárez, con la frialdad de un cirujano, emergió ileso y tomó la punta. “Cuando tomé el liderato, sentí a la gente como si estuviera dentro del auto conmigo”, dijo, con la voz quebrada por la emoción. Las gradas del Foro Sol, abarrotadas, estallaron en un frenesí de banderas y cánticos.
El último obstáculo: Un final de infarto
Ni siquiera en las últimas vueltas hubo respiro. Taylor Gray, en el No. 54 de Joe Gibbs Racing, desafió a Suárez con un contacto que lo sacó brevemente al césped en la curva 2. Pero Gray, en un gesto de deportividad, levantó el pie para permitirle recuperar la posición. “No quería ganar así”, admitió Gray tras la carrera. Suárez, con el corazón en la garganta, mantuvo la calma y cruzó la meta con una ventaja de 0.598 segundos, liderando 19 de las 65 vueltas. Fue la primera vez en la historia de NASCAR que un piloto gana en un circuito de ruta desde el último lugar, según el historiador Seth Eggert.
En el podio, al estilo de la Fórmula 1, Suárez subió al escalón más alto mientras el himno mexicano resonaba. Tomó una bandera tricolor, la ondeó con orgullo y gritó: “¡Viva México, cabrones!”. Las lágrimas en sus ojos reflejaban las de miles de aficionados que veían a su héroe coronarse en casa. “En más de 20 años de carrera, nunca había sentido algo así”, confesó. “Escuchar a mi gente, ver sus banderas, sus carteles… fue como correr con el alma de México”.
El significado de un triunfo histórico
Esta victoria, la cuarta de Suárez en la Xfinity Series y la primera desde su título en 2016, no fue solo un logro deportivo. Fue un símbolo de resistencia para un piloto que ha enfrentado adversidad toda su carrera: desde sus inicios en karts en Monterrey, pasando por ser el novato más joven en ganar en la NASCAR México Mini-Stocks en 2008, hasta convertirse en el primer campeón extranjero de una serie nacional de NASCAR. En México, donde el automovilismo lucha por brillar frente al fútbol, Suárez es un faro de inspiración.