En una liga de gigantes, Dennis Rodman fue un huracán único. Conocido como “The Worm” (El Gusano), este ala-pívot no solo cambió la forma de entender la defensa y el rebote en la NBA, sino que desafió las normas dentro y fuera de la cancha con una personalidad tan impredecible como magnética. Desde sus días con los Detroit Pistons y los Chicago Bulls, donde ganó cinco anillos, hasta sus escapadas nocturnas, su amistad con Kim Jong-un, y su lucha interna por encontrar su identidad, Rodman fue más que un jugador: fue un símbolo de libertad, caos y humanidad.
De las calles de Dallas a la NBA
Dennis Keith Rodman nació el 13 de mayo de 1961 en Trenton, Nueva Jersey, pero creció en Oak Cliff, un barrio humilde de Dallas, Texas. Su infancia fue un torbellino: su padre, Philander Rodman Jr., abandonó a la familia cuando Dennis tenía 3 años, dejándolo con su madre, Shirley, y dos hermanas. Shirley, quien trabajaba hasta en cuatro empleos para mantenerlos, echó a Dennis de casa a los 18 años por su falta de dirección. “Viví en la calle, dormía donde podía”, contó Rodman en su autobiografía “Bad As I Wanna Be”. Sin beca ni reconocimiento, se aferró al baloncesto, su único refugio.
A los 19 años, Rodman dio un estirón de 1.70 m a 2.01 m, transformándose físicamente. En la Southeastern Oklahoma State University, promedió 25.7 puntos y 15.7 rebotes, ganándose un lugar en el Draft de 1986, donde los Detroit Pistons lo seleccionaron en la segunda ronda (pick 27). Así comenzó la leyenda de un jugador que no destacaba por anotar, sino por dominar los fundamentos más subestimados del juego: el rebote y la defensa.
El alma oscura de los Pistons y el corazón de los Bulls
Con los Pistons, Rodman se convirtió en el alma de los “Bad Boys”. Su intensidad defensiva y su capacidad para capturar rebotes lo llevaron a ser nombrado en el All-Defensive Team ocho veces, incluyendo su primera selección en la temporada 1988-89, donde promedió 9.0 puntos y 9.4 rebotes en 27 minutos. En los playoffs de 1989, los Pistons barrieron a los Boston Celtics, vencieron a los Chicago Bulls de Michael Jordan en seis juegos, y aplastaron a los Lakers 4-0 en las Finales, con Rodman capturando 19 rebotes en el Juego 3 pese a molestias en la espalda.
En 1992, Rodman dio un salto histórico: promedió 18.7 rebotes por partido, el mejor registro desde Wilt Chamberlain, ganando el primero de siete títulos consecutivos de reboteo. Fue traspasado a los San Antonio Spurs en 1993, donde su estilo excéntrico comenzó a florecer, pero su verdadero impacto llegó con los Chicago Bulls en 1995. Junto a Michael Jordan y Scottie Pippen, formó un trío legendario. Rodman, con el número 91 (no pudo usar el 10, retirado por los Bulls), fue el pegamento defensivo que llevó al equipo a un récord de 72-10 en la temporada 1995-96, ganando tres anillos consecutivos (1996-1998). Promedió 15.3 rebotes por juego en esos años, defendiendo a estrellas como Karl Malone y Shaquille O’Neal, y aportando una energía que Jordan describió como “invaluable” en The Last Dance (2020).
Rodman no era un anotador, pero su impacto era inmenso. Según un análisis de Skeptical Sports (2011), capturó el 29.7% de los rebotes disponibles en la temporada 1993-94, un récord histórico que superó al 23.4% de Moses Malone en 1976-77. Su estilo defensivo, que incluía estudiar los movimientos de sus rivales hasta el cansancio, lo convirtió en uno de los jugadores más valiosos de la NBA.
Fuera de la cancha: Un alma en busca de identidad
Fuera del parqué, Rodman era un torbellino. Su vida personal era un reflejo de su lucha interna: soledad, inestabilidad emocional y una búsqueda constante de quién era. En 1993, mientras estaba con los Spurs, intentó quitarse la vida, pero un encuentro con un guardia de seguridad lo detuvo. “Me di cuenta de que necesitaba ser yo mismo”, dijo en su documental Rodman: For Better or Worse (2019). Ese “yo” incluía teñirse el cabello de colores (inspirado por Wesley Snipes en Demolition Man), cubrirse de tatuajes y piercings, y vivir una vida de excesos: fiestas, alcohol y relaciones mediáticas.
Casado brevemente con Carmen Electra en 1998 (desapareció 48 horas tras la boda), Rodman también tuvo romances con Madonna, quien lo llamó “el mejor sexo de mi vida” en una entrevista de 1996. Su aparición vestido de novia para promocionar su autobiografía, su participación en reality shows como Celebrity Mole, y su amistad con Kim Jong-un, a quien conoció en 2013 en Corea del Norte, lo convirtieron en un ícono pop. “No soy político, solo sé cómo es estar solo, y ese tipo está muy solo”, dijo Rodman sobre Kim, mostrando una empatía que pocos entendieron.
La mente de Rodman
El comportamiento de Rodman no era un simple acto de rebeldía; era una respuesta a su dolor. Creció sintiéndose invisible, con un padre ausente y una madre que, según él, lo veía como una carga. “Nunca tuve un modelo a seguir”, confesó en The Last Dance. Su excentricidad era su forma de ser visto, de gritarle al mundo que existía. Phil Jackson, su entrenador en los Bulls, lo entendió mejor que nadie: “Dennis necesitaba libertad para expresarse. Si lo dejabas ser, te daba todo en la cancha”. Esa libertad incluía escapadas a Las Vegas durante la temporada, pero Jordan y Pippen lo aceptaban porque sabían que, al volver, Rodman sería un guerrero.
Psicólogos como Dr. John Lucas, citados en un artículo de Psychology Today (2020), han sugerido que Rodman podría haber tenido rasgos de trastorno bipolar, un diagnóstico que encaja con sus altibajos emocionales, impulsividad y episodios de depresión. Sin embargo, Rodman nunca buscó un diagnóstico formal. En cambio, canalizó su caos en el baloncesto, donde su intensidad era su superpoder.
El legado de Rodman
Rodman terminó su carrera con 11,954 rebotes (6,683 defensivos, 5,271 ofensivos), el 20° máximo en la historia de la NBA, y fue inducido al Salón de la Fama en 2011. Su impacto en los Bulls fue crucial: sin su defensa y reboteo, el segundo tricampeonato (1996-1998) no habría sido posible. “Dennis era el pegamento que nos mantenía unidos”, dijo Pippen en The Last Dance. Fuera de la cancha, rompió barreras sociales, desafiando estereotipos de masculinidad con su estilo andrógino y su vulnerabilidad pública.
Hoy, a los 64 años, Rodman da charlas sobre salud mental y ayuda a jóvenes en riesgo, mostrando un lado humano que muchos ignoraron en su apogeo. Su vida, como su juego, fue un acto de equilibrio entre el caos y la grandeza. Dennis Rodman no solo fue un jugador; fue una revolución que enseñó al mundo que ser diferente no es un defecto, sino una fortaleza.