En el mundo del deporte, donde cada récord parece inalcanzable, Serena Williams marcó un hito que trasciende lo físico y se adentra en lo emocional. En enero de 2017, mientras el mundo la veía como una máquina invencible en las canchas de tenis, Serena competía en el Abierto de Australia con un secreto que pocos imaginaban: estaba embarazada de ocho semanas. Su victoria, que le otorgó su 23er título de Grand Slam, no fue solo un triunfo deportivo, sino una declaración de que la maternidad no es un obstáculo, sino un catalizador para la grandeza.
El 19 de abril de 2017, Serena sorprendió al mundo al anunciar en Snapchat que estaba de 20 semanas de embarazo, lo que significaba que, en enero, cuando ganó el Abierto de Australia, ya llevaba ocho semanas gestando a su hija, Alexis Olympia Ohanian Jr. En una entrevista con Vanity Fair, reveló cómo descubrió su estado solo dos días antes del torneo: “Estaba nerviosa”, confesó. “Escuchas historias sobre el embarazo: te sientes enferma, cansada, estresada… Pero yo no tenía tiempo para lidiar con emociones extra. Nadie sabía, y se esperaba que ganara”.
Esta decisión, tomada bajo presión, refleja su mentalidad de campeona. En una charla TED con Gayle King, agregó: “Tuve que tomar toda esa energía y, por así decirlo, meterla en una bolsa de papel y tirarla”. Su enfoque fue impecable, priorizando su desempeño a pesar de los desafíos físicos y emocionales del primer trimestre.
En Melbourne, Serena no solo compitió; dominó. No perdió ni un set en todo el torneo, culminando con una final contra su hermana Venus, a quien derrotó 6-4, 6-4. Este triunfo marcó su 23er título de Grand Slam, superando el récord de la era abierta de Steffi Graf. Su desempeño, con un cuerpo en transformación, fue un testimonio de su fuerza física y mental. Como señaló en una entrevista con The Washington Post: “Si no gano, es una noticia mucho más grande”, subrayando la presión que enfrentó.
Serena no solo ganó un torneo; inspiró a un mundo que a menudo subestima el poder de las mujeres. Tras el nacimiento de su hija, en septiembre de 2017, enfrentó desafíos físicos, como una embolia pulmonar, pero regresó más fuerte. Alcanzó finales de Grand Slam en 2018, declarando que su regreso no fue solo deportivo; fue un mensaje: la maternidad no detiene, empodera.
En una entrevista, expresó: “No planeé ser un ejemplo, pero si mi historia ayuda a una sola mujer a creer que puede seguir adelante, habrá valido la pena”. Su legado trasciende el tenis, inspirando a mujeres a perseguir sus sueños sin límites.
La victoria de Serena en el Abierto de Australia 2017, mientras gestaba vida, es un recordatorio de que el amor y la determinación pueden superar cualquier obstáculo. Su historia, emotiva y poderosa, sigue inspirando a generaciones, mostrando que no hay límites para quienes sueñan con grandeza. Serena Williams no solo es una leyenda del tenis; es un símbolo de que la maternidad y el éxito profesional pueden coexistir, desafiando normas y abriendo caminos para futuras atletas.