México, un país donde el fútbol es rey, de pronto, un balón naranja empieza a botar con fuerza en el asfalto regiomontano. Los Dallas Mavericks, sí, esos de Kyrie Irving o Anthony Davis, aterrizan en Monterrey, Nuevo León, para cortar el listón de una cancha de básquetbol que no es solo cemento y pintura: es un grito de guerra para que el deporte de la duela se cuele en el alma de México.
Una cancha que grita “¡Reta Aquí, Compa!”
No estamos hablando de una canchita improvisada con un aro colgado en un poste.
Esta belleza está en la Ciudad Deportiva Churubusco de Monterrey, en plena Avenida Aztlán, donde el deporte ya es como el café de olla: fuerte y de diario. Rodeada de canchas de fútbol y pistas donde corren como gacelas, esta duela nueva es un rectángulo de 28 por 15 metros que parece sacado de un videojuego. Pintada con el azul y blanco de los Mavericks, tiene un retrato del horizonte de Monterrey, una representación dimensional del “Cerro de la Silla”, la montaña icónica y un visual de una acordeón, haciendo referencia a la música norteña. El acrílico brilla como pista de baile, los tableros son de lujo y los aros están a 3.05 metros, listos para que les claven el balón.
Monterrey no fue un volado. Con 5 millones de almas en su área metropolitana (gracias, INEGI), esta ciudad es un monstruo deportivo que ama el béisbol, el fútbol y hasta la carne asada. Está a un brinco de Dallas, tres horas en carretera si no te toca fila en la frontera, así que los Mavericks prácticamente están jugando de locales. Softtek, la empresa regia que hace magia con tecnología, metió lana, unos 50 mil dólares, calcula el ojo, para que este sueño se armara. Es como si la Arena Monterrey, que ya vio NBA en vivo, tuviera un hermanito menor pero igual de fiestero.
Una fiesta con sabor a tacos y clavadas
Esto es en celebración de la comunidad Somos Mavs. Los Mavericks no se conformaron con jerseys o un tuit en español; trajeron una cancha entera. La inauguración con Eduardo Nájera, el mexicano que le dio en la madre a los prejuicios en la NBA, Rolando Blackman, leyenda de los Mavs así como Katie Edwards, directora de impacto de los Dallas Mavericks, van a cortar el listón con el alcalde Adrián de la Garza Santos. Habrá una clínica con la Mavs Academy para que los morrillos aprendan a driblar como Irving, y un fan fest con comida, música norteña y retas callejeras.
Softtek, los cerebritos de Monterrey que facturan millones globales, puso el varo y la visión. “El deporte une, y nosotros queremos que la banda se la pase chido”, dijo Blanca Treviño, la jefa. Los Mavericks ya habían encestado canchas en Eslovenia y Madrid, y ahora Monterrey es su tercer alley-oop internacional. ¿Por qué? Porque México es el segundo mercado más grande de la NBA fuera de USA, con 30 millones de fans que se desvelan viendo juegos. Esto es un pase largo con intención.
Un crossover al reinado del fútbol
¿Por qué meterle fichas al básquet en un país donde el fútbol es el dios que todos rezan? Porque el balón naranja merece su momento, y Monterrey es el lugar para encender la mecha. Aquí el fútbol es ley, pero el básquetbol tiene su pandilla fiel. La NBA lo sabe y quiere que los chavos de las colonias agarren un balón y le den un descanso al fútbol. “Que la comunidad se junte, que bote el balón, que sueñe”, dijo Rick Welts, el mandamás de los Mavericks. Y no es puro rollo: una cancha como esta puede bajar el desmadre juvenil, hasta un 20%, dicen los estudios gringos, y hacer que la banda se mueva en vez de estar pegada al celular.
El básquetbol no es nuevo aquí. México tiene historia: bronce olímpico en Berlín 1936, un equipazo en los 70 con Manuel Raga volando como superhéroe, y un título continental en 2013 con Gustavo Ayón partiendo madres. Pero entre pleitos federativos y poco varo, se nos ha ido el aire. Esta cancha es un pase de pecho para revivir la fiebre, empezando por Monterrey, donde Fuerza Regia ya pone el ejemplo con sus títulos en la LNBP.
Las estrellas y el bote del básquet mexicano
Hablemos de los cracks que han puesto el nombre de México en la duela. Manuel Raga, “El Volador”, era un mago en los 70; tan bueno que la NBA lo quiso, pero prefirió reinar en Europa. Horacio Llamas rompió el hielo en 1996 con los Suns, abriendo la puerta. Eduardo Nájera llegó en 2000 y se fajó 12 temporadas, sudando la camiseta con los Mavericks y Nuggets como si cada juego fuera una reta en el barrio. Gustavo Ayón, “El Titán”, la rompió en España y dio coletazos en la NBA. Hoy, Pako Cruz, Jorge Gutiérrez, Paul Stoll y Gabriel Girón mantienen la flama, pero nos falta cancha, literal y figurada, para que salgan más.
El básquet mexicano es como un equipo con buen roster pero mal coach. La ADEMEBA anda enredada en sus propios triples, y la lana para ligas juveniles es un chiste comparada con el fútbol. Aun así, la afición crece: los juegos de NBA en la CDMX llenan la Arena con 20 mil locos gritando. Monterrey, con esta cancha y su Fuerza Regia, podría ser el MVP que despierte al equipo.
El deporte emergente
Esta cancha no es el fin del juego, es el primer cuarto. Los Mavericks y Softtek van por clínicas, torneos y retas para que los morrillos de Monterrey se crean el próximo Nájera o una futura estrella femenil. Imagina a un regio encestando desde downtown y soñando con el Madison Square Garden. O a una chava rompiendo tobillos y llevando a México a un Mundial. Esto es un crossover al futuro.
Cuando Nájera y Blackman rompan el listón, no solo abrirán una cancha: encestarán un grito de guerra. En una tierra donde el fútbol manda, el básquetbol está pidiendo la bola.
