domingo, marzo 30, 2025
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El deporte como trampolín político: El caso Cuauhtémoc Blanco y su impacto en el  deporte mexicano

En México, el fútbol no solo es un deporte; es una religión, un escaparate y, para algunos, un boleto dorado hacia el poder. Cuauhtémoc Blanco, el último gran ídolo del balompié nacional, es el ejemplo vivo de cómo la fama en la cancha puede abrir las puertas de la política. Pero su historia, tan llena de goles espectaculares como de polémicas oscuras, plantea una pregunta: ¿es el deporte un trampolín confiable para una carrera política, o es Blanco una advertencia de los riesgos que acechan en esa transición?.

De la “Cuauhteminha” al Palacio de Gobierno

Cuauhtémoc Blanco no era solo un futbolista; era un fenómeno. Con su característico regate, la “Cuauhteminha”, sus goles con la Selección Mexicana y su carisma rebelde, se ganó el corazón de millones. Tres Copas del Mundo, un Balón de Oro en la Confederaciones de 1999 y una carrera que lo llevó del América al Real Valladolid lo convirtieron en leyenda. Pero en 2015, cuando colgó los botines, no se retiró a narrar partidos ni a entrenar juveniles. No, Blanco apuntó alto: la alcaldía de Cuernavaca, Morelos, con el Partido Social Demócrata. Ganó. Y en 2018, respaldado por la coalición Juntos Haremos Historia (Morena, PT y PES), se convirtió en gobernador de Morelos, el primer ex futbolista mexicano en lograrlo.

Su ascenso no fue casualidad. En un país donde los políticos tradicionales cargan con el estigma de la corrupción, la figura de Blanco, directo, popular y sin filtro, resonó con un electorado harto de lo mismo. Su fama deportiva le dio una ventaja que ningún curso de ciencias políticas podría igualar: reconocimiento instantáneo y una conexión emocional con la gente. Pero lo que empezó como un cuento de hadas pronto se tiñó de sombras.

El impacto en el fútbol: ¿Héroe o villano?

El paso de Blanco a la política no solo cambió su vida; marcó al fútbol mexicano. Por un lado, elevó el estatus del deporte como una vitrina de poder. Si el “Temo” pudo llegar tan lejos, ¿por qué no otros? Sin embargo, su gestión dejó un sabor agridulce. Durante su mandato como gobernador (2018-2024), Morelos se hundió en una crisis de inseguridad: asesinatos, secuestros y nexos con el crimen organizado salpicaron su administración. Acusaciones de corrupción, desvíos millonarios y, más recientemente, una denuncia por intento de violación presentada por su media hermana en 2024 han opacado su legado. El héroe de la cancha se convirtió en un símbolo de lo que puede salir mal cuando la fama no va acompañada de preparación.

Para el fútbol, esto tiene un doble filo. Por un lado, Blanco demostró que los deportistas pueden trascender su disciplina y llegar a las grandes ligas del poder. Pero también puso en duda si esa transición beneficia al deporte o lo desprestigia. Cada escándalo suyo refuerza la idea de que los ídolos del balón, aunque adorados, no siempre están listos para gobernar.

Manuel Negrete y otros pioneros

Blanco no fue el primero en saltar del césped a las urnas. Manuel Negrete, autor del mítico gol de tijera en el Mundial de 1986, siguió un camino similar. En 2018, como candidato de la coalición Por México al Frente (PAN, PRD y MC), ganó la alcaldía de Coyoacán en la Ciudad de México. A diferencia de Blanco, Negrete ha mantenido un perfil más bajo, con menos controversias, aunque su gestión no ha estado exenta de críticas por falta de resultados tangibles. Otros como Ana Guevara, medallista olímpica y exdirectora de la Conade, o Rommel Pacheco, clavadista convertido en diputado, también han usado su fama deportiva como trampolín político.

El patrón es claro: el deporte ofrece una plataforma única en México. Los ídolos son vistos como outsiders, libres del hedor de la política tradicional. Pero los resultados varían. Mientras Negrete y Guevara han navegado con altibajos pero sin naufragar del todo, Blanco es un caso extremo de éxito electoral seguido de un colapso reputacional.

¿Precedente o advertencia?

Entonces, ¿establece Blanco un precedente para otros deportistas mexicanos? Sí y no. 

Sí, porque demuestra que la popularidad deportiva puede catapultarte a cargos altos sin necesidad de una carrera política previa. No, porque su caída sugiere que la fama sola no basta. La política exige habilidades que no se aprenden en una cancha: negociación, estrategia, manejo de crisis. Blanco llegó lejos, pero su falta de experiencia y las decisiones cuestionables de su entorno lo convirtieron en un ejemplo de lo que no se debe hacer.

Comparado con Negrete, el contraste es revelador. Mientras Negrete apostó por una gestión discreta, Blanco abrazó el reflector, a veces para mal. Esto plantea una duda mayor: ¿sigue siendo el deporte una plataforma confiable para carreras políticas?.  En un país donde el hartazgo impulsa a votar por figuras como él, sí lo es. Pero los riesgos son enormes: sin preparación, un deportista puede pasar de héroe a villano en un abrir y cerrar de ojos, dañando no solo su legado, sino la credibilidad del deporte como semillero de líderes.

El veredicto: Una apuesta de doble cara

El caso de Cuauhtémoc Blanco es una montaña rusa: un ascenso meteórico y una caída estrepitosa. Para el fútbol mexicano, es un recordatorio de que sus ídolos tienen poder más allá de la cancha, pero también de que ese poder puede ser un arma de doble filo. Otros deportistas seguirán su ejemplo, ya lo hemos visto con “Chelís” o Adolfo “Bofo” Bautista en elecciones pasadas, pero el mensaje es claro: la fama te abre la puerta, pero solo el talento político te mantiene dentro. Blanco no es solo un precedente; es una advertencia con botas de futbolista y traje de gobernador.

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