En el tenis, donde los números suelen ser fríos y los récords se rompen con el tiempo, Novak Djokovic ha escrito una historia que trasciende las estadísticas: es un relato de lucha, sacrificio y una voluntad que no conoce límites. A sus 37 años, el serbio no solo lidera cada métrica importante del deporte blanco: “No hay estadística global en el mundo del tenis que no lidere Novak Djokovic”; también ha tocado el alma de millones con una carrera que es tan humana como extraordinaria. Desde un niño en una Serbia marcada por la guerra hasta el mejor tenista de la historia, Djokovic no solo ha ganado torneos: ha ganado corazones, y su camino está lleno de lágrimas, risas y un amor inmenso por el juego.
Un comienzo en medio del caos
Novak Djokovic nació el 22 de mayo de 1987 en Belgrado, en una Yugoslavia al borde del colapso. Mientras las bombas de la OTAN caían en 1999, él y su familia se escondían en refugios, pero el tenis era su escape. “Practicábamos en canchas vacías, a veces con aviones de guerra sobre nosotros”, contó a The Guardian en 2010. Su padre, Srdjan, un ex esquiador, y su madre, Dijana, sacrificaron todo para apoyar su sueño, incluso cuando el dinero apenas alcanzaba para comer. A los 12 años, lo enviaron a la academia de Niki Pilic en Alemania, un salto al vacío que marcó su destino. “Sabía que tenía que ser el mejor para cambiar la vida de mi familia”, confesó a ESPN en 2018.
Ese hambre lo llevó a su primer título ATP en 2006, en Amersfoort, con solo 19 años. Pero el mundo aún no estaba listo para él. Roger Federer y Rafael Nadal dominaban, y Djokovic era el “tercero en discordia”, un chico flaco con un talento inmenso pero sin el carisma de sus rivales. “Me sentía como un intruso”, admitió a Tennis TV en 2020. Sin embargo, su primer Grand Slam llegó en 2008, en el Abierto de Australia, un destello de lo que vendría.
La lucha por ser amado
El camino de Djokovic no fue solo contra rivales; fue contra las expectativas y el rechazo. Durante años, el público lo vio como el “villano”, el que interrumpía la poesía de Federer y la garra de Nadal. Su estilo defensivo, su intensidad, incluso su humor, no encajaban con lo que los fans esperaban. En 2018, tras una cirugía de codo y una caída al puesto 22 del ranking, muchos lo dieron por acabado. Sin embargo, ese año ganó Wimbledon, y al abrazar a su hijo Stefan en la ceremonia, rompió en llanto. “Ese momento fue mágico. Mi hijo gritó ‘¡Papá!’ y me derretí”, escribió en su página web, según ESPN. Fue el inicio de una segunda etapa dorada: desde entonces, acumuló más Grand Slams, más Masters 1000, más de todo.
Y luego vino 2020: su negativa a vacunarse contra el COVID-19 y su deportación de Australia en 2022 lo convirtieron en un paria para muchos. “Fue uno de los momentos más duros de mi vida”, dijo a BBC tras el escándalo. Pero Novak no se quebró; se levantó, como siempre.
El rey de los números, el dueño de la historia
Djokovic lidera cada estadística global del tenis. Según datos de Khel Now, sus récords son abrumadores: 24 títulos de Grand Slam (récord histórico), 37 finales, 50 semifinales, 61 cuartos de final, 382 victorias en majors. Es el único hombre con un triple Career Grand Slam (ganar cada major al menos tres veces) y el único en ser campeón de los cuatro grandes al mismo tiempo en tres superficies distintas. En Masters 1000, sus 40 títulos y 411 victorias son inalcanzables, y es el único con dos Career Golden Masters (ganar todos los torneos de la serie).
Pero el dato que más emociona es su oro olímpico en París 2024, el último gran pendiente. A los 37 años, venció a Carlos Alcaraz en los Juegos Olímpicos, 7-6 (3), 7-6 (2). “Ese oro fue por mi país, por mi gente”, dijo con lágrimas en los ojos. Con eso, se unió al exclusivo club del Golden Slam (los cuatro majors y el oro), junto a leyendas como Steffi Graf y Rafael Nadal.
Un hombre más allá de las canchas
Djokovic no es solo un tenista; es un símbolo. En Serbia, donde lo llaman “Nole”, es un héroe nacional que ha donado millones para escuelas y hospitales. Su fundación, creada en 2007, ha ayudado a miles de niños. “Quiero devolverle al mundo lo que me dio”, dijo a Forbes en 2023. Su dieta sin gluten, su meditación y su obsesión por el detalle lo convirtieron en un pionero, pero también en un blanco de críticas. “No me importa lo que digan. Juego por mí, por mi familia, por mi país”, soltó a Tennis Channel tras ganar su décimo Abierto de Australia.
El legado de un guerrero
A sus 37 años, Djokovic sigue compitiendo, aunque las lesiones y el tiempo empiezan a pesar. En 2025, se pasó el tenis al 100%, pero su legado no son solo los números; es su capacidad de levantarse. De las bombas en Belgrado a los abucheos en Melbourne, de las lesiones a las críticas, Novak siempre volvió más fuerte. “El tenis me salvó, y yo quiero salvar al tenis”, dijo alguna vez. Y lo hizo: con cada revés, cada saque, cada grito de “Idemo!” (¡Vamos!), nos enseñó que los reyes no nacen; se hacen, con sudor, lágrimas y un amor que no se apaga.
Djokovic no solo es el rey de las estadísticas; es el rey de las segundas oportunidades, y su corona brilla con el reflejo de un corazón que nunca dejó de latir.