Un chavo de Ocotlán, Jalisco, con las manos curtidas por el trabajo duro, el sol quemándole la nuca mientras lava camiones o carga madera, soñando con algo más grande, pero sin saber exactamente qué. No había canchas de entrenamiento ni botas relucientes en su horizonte; solo el sudor y la lucha diaria de una familia humilde. Ese era Carlos Salcido antes de que el fútbol lo encontrara, o más bien, antes de que él encontrara al fútbol.
De albañil a la “cáscara”
Salcido no nació con un balón bajo el brazo. A los nueve años, perdió a su mamá por cáncer, un golpe que desarmó a su familia. Sus hermanos se esparcieron, algunos rumbo a Estados Unidos, y él, a los 11, dejó la escuela para trabajar. Fue obrero en una fábrica de vidrio soplado, lavador de camiones, ayudante en una ferretería. Hasta intentó cruzar la frontera a los 16 o 17, pero la vida lo devolvió a Guadalajara. “Duré como cinco días en la frontera, viendo muchas cosas”, contó, recordando esos días de incertidumbre.
El fútbol llegó tarde, casi como un accidente feliz. A los 19, sin un peso en el bolsillo tras perder su empleo, unos amigos lo arrastraron a una “cáscara”. Ahí lo vio Ramón Calderón, entrenador del Deportivo Oro. Al principio, Salcido dijo que no, pero cuando le hablaron de un sueldo, cambió de opinión. “Nunca pensé que sería futbolista”, admitió en una charla con MARCA Claro. Así empezó: sin academias juveniles, sin reflectores, solo con ganas y un par de botas prestadas.
Chivas: Donde el corazón encontró su ritmo
En 2001, con 21 años, debutó con Chivas bajo el mando de Oscar Ruggeri. No fue un arranque de cuento de hadas; lo mandaron rápido a la segunda división porque, como él mismo dijo, “corría y corría, pero no entendía tácticas”. Le faltaba esa educación futbolística que otros tenían desde niños. Pero lo que le sobraba era corazón. Para 2003, ya era titular en el Rebaño, un defensa que mordía los tobillos y soñaba en grande. En 2004, estuvo a un penal de ser campeón, pero Pumas les robó el título.
“Siempre fui fan de Chivas, haber debutado ahí, ser campeón, lograr sueños, ha sido lo más bonito que me ha pasado en el fútbol”, confesó a MARCA Claro en 2019, con la voz cargada de nostalgia.
El Mundial de 2006 fue su trampolín. México llegó a octavos y Salcido se lució como un titán en la defensa. El mundo lo vio, y el PSV Eindhoven lo llamó.
El mexicano que conquistó la Eredivisie
Llegar a Países Bajos fue un choque cultural y futbolístico. “No sabía quién era Ronald Koeman”, admitió entre risas en esa entrevista con ESPNFC. Pero pronto lo supo. En su primera temporada (2006-07), jugó 33 de 34 partidos y marcó un golazo de larga distancia contra el Excelsior Rotterdam. PSV fue campeón, y Salcido se convirtió en el primer mexicano en ganar la Eredivisie. Al año siguiente, repitió la hazaña y se ganó el brazalete de vice capitán. Fueron días de gloria, de aprender a jugar con nieve en los botines y de poner a México en el mapa europeo.
En 2010, Fulham lo llevó a la Premier League, pero la vida en Londres se torció. Le robaron su casa dos veces, una con su esposa dentro, y eso lo marcó. “Mi familia se sintió insegura”, dijo. Un año después, volvió a México.
Tigres, Chivas y el oro olímpico: El regreso del guerrero
Con Tigres, Salcido levantó el Apertura 2011, pero su alma seguía en Guadalajara. En 2014, regresó a Chivas y, en 2017, como capitán, alzó el título del Clausura. “Ser campeón con Chivas es algo que no cambio por nada”, expresó. Y no olvidemos Londres 2012: a sus 32 años, fue uno de los refuerzos mayores de 23 y lideró a México al oro olímpico, un logro que todavía hace temblar de emoción a cualquier aficionado.
Tres Mundiales (2006, 2010, 2014), 124 partidos con el Tri, y un retiro en 2019 con Veracruz cerraron su carrera como jugador. Pero no se quedó quieto: hoy entrena a Halcones FC en la tercera división mexicana, demostrando que su fuego sigue vivo.
Carlos Salcido no es el típico héroe futbolístico. No tiene el glamour de un delantero goleador ni el hype de una joven promesa. Es el albañil que se convirtió en leyenda, el que corrió más que nadie porque sabía lo que era no tener nada. “Crecí en un pueblo donde poner comida en la mesa era la prioridad”, dijo alguna vez. Y desde ahí, tocó el cielo.